Desde hace dos años,
voy a un campamento de verano en Canfranc. Me gusta mucho la montaña y todas
las actividades que puedo hacer allí: senderismo, barranquismo, escalada y
también la posibilidad de conocer chicos franceses de mi edad.
Lo que más me gusta de
Canfranc es ese ambiente misterioso que
le da la estación internacional casi abandonada, la entrada al túnel que se ve
como un pasadizo oscuro a ninguna parte y las historias de nazis y contrabando
de oro y armas a través de la frontera.
A todo esto le
añadimos las impresionantes montañas que rodean a todo el pueblo que le da una
oscuridad añadida por la sombra que proyecta sobre el valle.
Todas las noches
solemos sentarnos fuera de la tienda de campaña y casi siempre acabamos contando
historias de miedo. Una noche nos dimos un paseo siguiendo el curso del río que
se adentraba, más abajo, dentro la
montaña.
¿Dónde vais? La
voz nos hizo volveros a todos a la vez y
vimos un chico como nosotros con una mochila y ropa de montaña que nos miraba
fijamente.
¿Estás también de
campamento como nosotros? – No, estoy de viaje con mis padres.
Samuel, que así se
llamaba el chico, estuvo con nosotros un rato, nos contó historias de los
judíos y nazis que sucedieron en la estación de Canfranc y nos lo pasamos muy
bien con él.
Al día siguiente, una de las actividades programadas del
campamento era buscar en internet historias de guerra sucedidas en esta zona.
De repente, todos nos pusimos blancos cuando vimos una noticia que decía que
varias familias de judíos que eran trasladados en tren a campos de
concentración de Alemania, se habían escapado pero, se habían perdido en la
montaña y nunca jamás fueron encontrados.
Quizás la gorra tan
antigua y las botas tan raídas que llevaba Samuel no eran un disfraz...
¡Estupendo, Víctor! Enhorabuena.
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